Cada año, sin falta, los incendios forestales vuelven a ser noticia en España. Desde Galicia hasta Andalucía, pasando por Castilla y León o la Comunidad Valenciana, las llamas arrasan miles de hectáreas de bosque mientras los informativos se llenan de imágenes apocalípticas y declaraciones institucionales de urgencia. Y cada año, como un mal ritual que se repite, cuando las llamas se apagan, también se apaga el interés mediático, político y social por el monte. Hasta el verano siguiente. https://www.20minutos.es/nacional/incendios-espana-directo-galicia-califica-atentado-incendio-ponteceso_6234530_6.html
Pero mientras las cámaras se marchan y la atención pública se disuelve como el humo, el monte sigue allí, desprotegido, abandonado y expuesto a una nueva tragedia. Si queremos romper este ciclo devastador, debemos dejar de pensar en los incendios forestales como una catástrofe estival y empezar a tratarlos como lo que realmente son: un problema estructural que necesita soluciones durante los doce meses del año.
1. Prevención durante todo el año, no solo en verano
Durante años, la estrategia dominante ha sido reforzar los medios de extinción en los meses críticos: más aviones, más cuadrillas, más vigilancia. Pero esta visión reactiva no ataca el origen del problema. Apagar incendios es imprescindible, sí, pero más aún es evitar que se produzcan. Y para eso, es esencial actuar durante todo el año.
La acumulación de biomasa (maleza, ramas secas, árboles muertos) en nuestros montes es uno de los principales factores de riesgo. Si no se gestiona, si no se limpia, se convierte en gasolina para el siguiente incendio. Sin un mantenimiento forestal constante, sin un calendario de trabajos preventivos que incluya desbroces, cortafuegos, quemas controladas y revisión de infraestructuras, los incendios seguirán siendo imparables cada verano.
Es hora de invertir en prevención real, no solo en extinción. Los medios deben estar activos todo el año, no sólo contratados por campañas temporales. Necesitamos una planificación forestal a largo plazo, con recursos estables, profesionales bien formados y continuidad en el trabajo.
2. Devolver al medio rural y al monte su valor
La despoblación rural ha convertido vastas zonas de nuestro territorio en un polvorín. Donde antes había personas viviendo del campo, cuidando el monte, ahora hay abandono. Ya no se pastorea, ya no se cultiva como antes, ya no se corta leña ni se recoge matorral. Y eso tiene consecuencias.
El monte necesita ser vivido. La ganadería extensiva, por ejemplo, reduce la carga vegetal y ayuda a mantener abiertos los paisajes. Las prácticas agrícolas tradicionales contribuyen a un mosaico de usos que frena la propagación del fuego. Pero para eso, el medio rural necesita apoyo real, no solo declaraciones institucionales.
Es urgente revalorizar el medio natural no sólo como paisaje o espacio de ocio, sino como recurso productivo, sostenible y generador de empleo. Fomentar políticas agrarias y ganaderas que favorezcan prácticas tradicionales sostenibles, impulsar ayudas para jóvenes que quieran emprender en el campo, mejorar infraestructuras y servicios en los pueblos… todo eso es también política contra incendios.
3. Concienciación social: prevenir desde la educación y la comunicación
Muchos de los incendios que se producen en España tienen un origen humano: negligencias, imprudencias, actividades ilegales o, directamente, fuegos provocados. Por eso, la prevención también pasa por la concienciación ciudadana.
Hace falta una estrategia nacional de comunicación basada en la prevención, no en la tragedia. Campañas en medios, redes sociales, colegios, asociaciones vecinales. Información clara y constante sobre cómo actuar en el monte, qué conductas evitar, cómo identificar riesgos.
La sociedad debe entender que el monte es un bien común, que cuidarlo es responsabilidad de todos y que nuestras acciones tienen consecuencias. Y esa educación debe empezar desde pequeños: incluir contenidos sobre prevención de incendios en los programas escolares es una inversión a largo plazo más efectiva que cualquier helicóptero de última generación.
4. Trabajo digno y profesional para quienes cuidan y apagan el monte
Cada verano, miles de personas se juegan la vida en primera línea para apagar el fuego. Brigadistas, bomberos forestales, agentes medioambientales… Todos ellos son nuestros héroes, pero durante el resto del año, muchos sufren la precariedad laboral, la temporalidad o el olvido institucional.
Si de verdad valoramos su trabajo, debemos dar un paso más allá de los aplausos. Es imprescindible dignificar las condiciones laborales de quienes previenen y extinguen incendios. Contratos estables, formación continua, reconocimiento profesional y medios suficientes para hacer su labor con seguridad y eficacia.
Además, muchas cuadrillas podrían tener funciones permanentes fuera de la temporada de incendios: desbroces, vigilancia forestal, educación ambiental, mantenimiento de infraestructuras. Así se rompen la estacionalidad y la precariedad, y se gana en eficacia preventiva.
4.1 Formación especializada: clave para una respuesta eficaz y segura
La lucha contra el fuego no es solo cuestión de coraje: es una disciplina técnica compleja que exige preparación continua. La meteorología, el comportamiento del fuego, la seguridad en entornos forestales, el manejo de herramientas, la coordinación entre medios terrestres y aéreos… Cada uno de estos aspectos requiere una formación específica y actualizada.
Muchos profesionales del sector denuncian que la formación que reciben es escasa o poco adaptada a las realidades del terreno. En demasiados casos, se entra en una campaña de incendios con apenas unas horas de preparación teórica, lo que pone en riesgo tanto la eficacia de la operación como la vida de los trabajadores.
Es fundamental establecer itinerarios formativos reglados, accesibles y continuos para los distintos perfiles que participan en la prevención y extinción de incendios. Además, se debe reconocer oficialmente la figura del bombero forestal como una categoría profesional con competencias definidas y homologables en todo el país.
Invertir en formación no es un gasto, es una garantía: de seguridad para quienes se juegan la vida, de eficacia en la respuesta operativa, y de resiliencia en el sistema de defensa del medio natural.
5. Endurecimiento de penas: tolerancia cero con los incendiarios
No podemos seguir permitiendo que quien prende fuego al monte salga impune o con penas irrisorias. El daño que causa un incendio provocado es ambiental, económico y social, muchas veces irreparable. Y sin embargo, el número de condenas efectivas por incendios sigue siendo muy bajo.
Es necesario revisar y endurecer el Código Penal en lo relativo a los delitos ambientales, y especialmente a los incendios forestales. Pero también mejorar la investigación y la capacidad de los cuerpos especializados para identificar y detener a los responsables.
Además, debe haber un mayor seguimiento de los fuegos con origen negligente: una quema agrícola mal hecha, una colilla mal apagada, un coche mal estacionado en hierba seca… Todos esos actos deben tener consecuencias claras. Solo así se entenderá que jugar con fuego, literalmente, tiene un precio muy alto.
Por tanto… el monte no se apaga con excusas
Los incendios forestales no son inevitables. Son el resultado de políticas deficientes, falta de planificación, abandono del medio rural y escasa concienciación. Podemos hacer las cosas mejor, pero para ello hay que actuar los 365 días del año, no solo cuando las llamas ya se ven desde la carretera.
Es hora de pasar de las palabras a los hechos. Porque el monte no es solo una postal de verano: es vida, es futuro, y necesita que lo cuidemos con la misma intensidad con la que lo lamentamos cuando ya es demasiado tarde.
¡El monte no solo importa cuando se quema!
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